domingo, 28 de diciembre de 2008

metafísica en estado puro

Silbidos metafísicos y desconocimiento de lo paranormal, espirales rectilíneas anómalas y piruetas simétricas hacia un mundo paralelo. Gotas que golpean los cristales hasta que el eco de la monotonía se añade a todas las incógnitas de un ingenio abrumado. Mis ojos en llamas, ardiendo la cama y susurros a mis espaldas de voces que no callan los lamentos que desgravan.Mañanas de madrugar y vapores por toda la ciudad, factoría de cielos taciturnos, de algodón o porexpan, azules eléctricos o mortecinos otoñales, boreales y melalcoholicos*. Siempre efímeros y silenciosos. Donde ideas, sensaciones y sentimientos ruedan a velocidades increíbles como hélices analógicas en un mundo digital.Cayendo a un abismo inestable de venenos etéreos, que congelan la mayor parte de los besos, basado en sueños reales o pesadillas incorpóreas.Donde un hálito cura más que todo lo que puedas respirar, donde la naturaleza exánime relata los caminos hacia cualquier retentiva, constante recital a pleno pulmón no verbal.Y química volátil, burbujas inservibles de color púrpura que estallan en la piel pálida de cualquier vagabundo de este infinito inverosímil.Disimula el miedo y se esconde entre paredes frías, como glaciales que esquivan los barcos, o amaneceres de hojalata que esconden risas contrachapadas. Corazones hipocondriacos vehementes de narcóticos inmunes a espejismos esporádicos.Como los efectos secundarios de una droga en mal estado, o como un exhalo de indiferencias inmateriales y delicadas.Como un aullido en el aire, insonoro, incomodo, inusual y desgarrador.

sábado, 27 de diciembre de 2008

era bonito respirarle.

Me acosté cerca de su cuello, su aliento se clavaba en el aire, era bonito respirarlo, y con la mano derecha notaba los latidos de su corazón, era curioso cómo podía estar tan calmado, yo sentía como el mío explotaría de un momento a otro. Cerré los ojos, y mis pestañas tropezaron con cierta parte de su cuello, pero aun así cerré los ojos.
Sabía que él seguía mirándome, aquello me ponía nerviosa, pensé en la primera vez que le ví, era diferente pero no por eso menos interesante, cuando hablábamos mis palabras parecían mojadas, pero me encantaba todo él, me encantaba que me hiciera cosquillas y que pudiera dibujar sonrisas en el aire con la punta de su nariz.
Notaba como temblaba, su pecho estaba frío y su corazón seguía bombeando a la misma velocidad, despegue los parpados poco a poco hasta verle, seguía mirándome.
- Tonto.
- ¿Qué? ¿Ahora tampoco puedo mirarte? – Dijo casi riendo, aunque se oían las carcajadas internas desde donde yo estaba.
Aunque su piel estaba fría no me importó acercarme a él, parecía frágil, como la buena suerte, y hundí los dedos de mi mano en su pelo, acariciándolo.

inspiración en estado puro.

Las tres de la mañana, y yo con los ojos rojos, sigo en trance por la hiperactividad, por la lluvia de palabras, es extraño, confuso y aturde, pero sigue siendo bonito. Aun así sigo escribiendo, la cera de las velas se ha quedado pegada a la mesa, y el olor del incienso no se percibe, aunque a esas horas, los sentidos desvarían y ni siquiera sé si sigo viva.
Los parpados pesan, y hasta siento como el cuerpo se balancea por la falta de sueño, bostezo y lloro, una lágrima que cae de mi ojo izquierdo logra llegar al papel, y lo moja, parece que la tinta se oxida, pero da igual, en este derroche de verbos, mis dedos siguen ajenos a cualquier pasatiempo, ni siquiera sé si podré hablar después de esto, pero mis dedos no parecen ser controlados por ninguna parte de mi cuerpo, cierro los ojos, y sigo viendo.
Él, parpadea, lo sé porque ahora soy capaz de percibir el mínimo movimiento, se levanta y se arrodilla a mi lado, sé que mira porque el corazón me late más deprisa, pero aun así no lo miro, los dedos siguen a su ritmo, ya demasiado acelerado para que sus ojos vagos los puedan seguir, ni siquiera los míos, rojos y ardiendo, pueden verlos detenerse, se contorsionan los músculos de mi cuerpo, parece que se astilla el cerebro, entre rimas de versos, se cierra la noche y escalofríos, a las tres y media, escalofríos, él se acerca a mi mejilla, que arde, y el frio de sus labios se tatúa en la piel.
Levanto la cabeza y esa tímida hilera de humo sigue candente, porque huele a incienso, y hay luz de velas, miro el reloj, las doce y media, él esta acostado, se le ve tiritar, aun así mis dedos están quietos, parece que lloran, suspiro casi ahogada, y pienso, que todo era un sueño, aparto los mechones de mi pelo mientras bostezo, me levanto sin mirar las letras grabadas a conciencia en tres hojas, bajo la vista y me pierdo entre las sábanas.
Estoy fría, pero él me abraza, me froto los ojos, intentado buscar explicación, parece que hubiera salido de un colocón de inspiración, con más efectos secundarios que el mismo alcohol.